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miércoles, 26 de junio de 2013

Agrotóxicos = agroquímios


JUSTICIA

Maestra fumigada con agrotóxicos gana juicio a empresa y sienta precedente en el país

23.06.2013

RIO NEGRO (Uypress) - En abril de 2012, Silvia Nobelasco fue fumigada por un 'mosquito' que aplicaba agrotóxicos a 35 pasos de la Escuela 30 de Rolón (Río Negro) donde ella era la única maestra y directora del establecimiento. Le inició un juicio por daños y perjuicios a la empresa de agronegocios ADP y ganó la demanda este martes 18 de junio.

Durante esa tarde de abril, hace más de un año, Silvia había oído ruidos de máquinas que iban y venían a metros de la escuela. Es casi normal, tanto en esta institución, como en muchas otras del interior profundo que están rodeadas de plantaciones de soja.
Sobre las ocho de la noche se asomó y vio las máquinas cosechadoras y un 'mosquito' que abría sus 'alas'. Aunque se acercó al operario para hacerle notar que la máquina estaba muy cerca de la escuela, y no a los 500 metros de distancia mínima que debían mantener, fue rociada con agroquímicos.
'Intenté llegar hasta el trailer y pedirles que avisen si iban a fumigar. Tenés que avisar si vas a fumigar casi encima de una escuela, es una cuestión ética', expresó Nobelasco en diálogo con UYPRESS.
Al día siguiente se despertó con picazón 'de la cabeza a los pies' y ahogo por haber aspirado ese rocío compuesto por 'glifosato, Amina 2-3 y Banwed', detalló. Enseguida realizó la denuncia ante el Juzgado en lo penal y en lo civil de Young, por 'daños y perjuicios', y también ante el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) -cuyos inspectores determinaron que el maquinista cometió irregularidades en el procedimiento-, el Ministerio de Salud Pública (MSP) y el Ministerio de Trabajo (MTSS).
La picazón y el dolor de cabeza le duraron tres meses y, todavía hoy, en la Escuela 33 de Punta de Averías -escuela rural donde da clase a cinco niños y vive de lunes a viernes-, donde trabaja actualmente, 'siento el olor a los agrotóxicos y se me cierra el pecho'.
Silvia le ganó el juicio a la empresa Agronegocios del Plata (ADP) que deberá pagar una indemnización de 6.800 dólares, aunque remarca que: 'Mi intención no era el dinero, sino sentar un precedente, para que la gente se anime y denuncie'.
En junio de 2012, la Justicia intimó al MVOTMA, al MSP y al MGAP 'a presentar información sobre cómo se actúa ante las denuncias por empresas que fumigan con agroquímicos cerca de escuelas y viviendas rurales' a partir de una denuncia que efectuó el fiscal Enrique Viana.
Este representante del Ministerio Público Fiscal destacó la resolución del fallo en el caso de Nobelasco y le explicó a la maestra que 'al pagar, admiten su responsabilidad en el hecho'.
El fallo sienta un precedente para otros casos que se conocieron en junio del año pasado, como el de otra maestra que también había sido rociada en Río Negro, quien finalmente no presentó la denuncia; sumado a otros casos que se han registrado en Paysandú, donde la Red de Acción en Plaguicidas y sus alternativas para América Latina (Rapal) presentó un reclamo por presunta contaminación de los causes de agua en el interior sanducero ante la Comisión de Salud de la Cámara de Senadores.

Fuente:
http://www.uypress.net/uc_41698_1.html

lunes, 24 de junio de 2013

¿Qué hacer con las materias primas?


COMMODITIES Y ESTRATEGIAS DE DESARROLLO

¿Qué hacer con las materias primas?

Por Nicolás Tereschuk*

En un contexto de boom de precios y creciente resistencia social, los gobiernos de izquierda de América Latina impulsan y regulan las actividades extractivas. Pero no hay un programa único y cada país tiene su propia hoja de ruta.

Sub.coop
No podemos ser mendigos sentados en saco de oro. Vamos a desarrollar el potencial minero del país”. La frase del presidente ecuatoriano Rafael Correa fue pronunciada en marzo pasado, en ocasión de la firma del primer contrato con una compañía china para una explotación a gran escala en el país. En diciembre de 2012 había considerado un “infantilismo” la consigna “no al petróleo, no a la minería” que, declaró Correa, equivale a decir: “Murámonos de hambre, pero qué bonito paisaje”. Advirtió enseguida que “el peor racismo es considerar a la miseria como parte del folclore”. Pocos días atrás, Luiz Inácio Lula da Silva, considerado un líder global tanto como un socio fundador de los gobiernos de la nueva izquierda latinoamericana, dijo en Buenos Aires que “no es malo exportar commodities cuando el precio está bien; es malo cuando el precio está bajo” (1).
Las palabras de ambos líderes pueden servir como muestra de algunos procesos políticos y económicos en marcha en los gobiernos pos-neoliberales de América Latina. Para comenzar a caracterizarlos resultan interesantes algunas definiciones de Eduardo Gudynas, investigador del Centro Latinoamericano de Ecología Social (CLAES) de Montevideo. Este especialista define, por un lado, un “extractivismo clásico”, que es el que caracterizó a décadas anteriores y que ahora desarrollan los gobiernos más orientados al centroderecha en la región, como los de Colombia durante las gestiones de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos y el de Perú durante el mandato de Alan García. En este modelo, el papel principal lo cumplen las empresas transnacionales, el Estado es funcional a esa transnacionalización y los controles y regulaciones son acotados. Esto incluye la imposición de regalías y tributos bajos con la idea de que el esquema genere crecimiento económico y “derrames” hacia al resto de la sociedad. Se suma a ello la estrategia de minimizar, negar o reprimir las protestas que surgen contra los impactos sociales y ambientales de la explotación (2).
Gudynas, crítico de la explotación de recursos naturales tal como se ha planteado en la última década en América Latina, advierte de todos modos que las estrategias adoptadas por los gobiernos progresistas de la región no se ajustan al modelo anterior. Surge entonces un “neoextractivismo”.
Bajo este esquema, si bien se mantiene y hasta se profundiza la extracción minera, petrolera y de monocultivos de exportación, con los consiguientes impactos ambientales y sociales, aparecen elementos nuevos. El Estado pasa a jugar un papel mucho más activo. Se producen nacionalizaciones de los recursos o se interviene en los mercados por distintas vías. En un contexto en el que se buscan actividades que apunten a la maximización de la renta y la externalización de los impactos sociales y ambientales, el modo de vincularse con el empresariado transnacional se modifica. Aparecen modos de asociación diferentes, como joint-ventures, y se imponen regalías y tributos más altos. Así, aunque se mantiene una inserción internacional subordinada a la globalización en la que los países son tomadores de precios, el Estado capta una mayor porción del excedente generado por las actividades extractivas.
Además, se trata de un Estado compensador en los terrenos social y ambiental. Se convierte, de esa manera, en el protagonista de una tensión: por un lado, cede ante el capital; por otro, trata de contenerlo. Gudynas no olvida el anclaje democrático de estos gobiernos y señala que este afán por no convertir al Estado en un mero apéndice de los intereses empresarios se da “por razones más mundanas, como reproducir la adhesión ciudadana electoral”.

Contradicciones y matices

La visión de Gudynas permite apreciar algunos claroscuros de la relación entre los gobiernos progresistas latinoamericanos y los recursos naturales. Y comprender también por qué la mayoría de estas experiencias políticas enfrentan a oposiciones dobles. Por un lado, coaliciones más o menos vigorosas que incluyen a políticos tradicionales e importantes empresarios –entre ellos los de medios de comunicación– por derecha. Y, por otro, agrupaciones de menor volumen pero persistentes que incluyen a organizaciones sociales y una dirigencia política más nueva y que despliega reclamos por izquierda.
Estos últimos sectores se oponen a que el Estado avale las actividades extractivas. De todos modos, cuando estas posiciones políticas llegan tanto a la arena política local como nacional suelen presentarse sin los matices que marcan las diferencias entre el extractivismo de viejo cuño y los esquemas actuales. En el reclamo, las actividades productoras de commodities son presentadas como una continuidad directa de los enclaves desarrollados hace décadas por compañías como la United Fruit así como del neoliberalismo financiero de los 90. Así, por ejemplo, se critica la acción de grandes corporaciones transnacionales, aunque éstas muchas veces no provienen, como en las oleadas imperialistas del siglo XIX y principios del XX, de los países centrales, sino de China o incluso del vecino Brasil. ¿Esa procedencia tiene vinculación con la idea de los gobiernos progresistas de la región de lograr acuerdos económicos que posicionen a los Estados de manera más beneficiosa que en otras épocas? ¿Permite a su vez generar negociaciones más directas, rápidas o algo menos asimétricas cuando aparecen entredichos? Luego de que la compañía minera brasileña Vale –la segunda más importante del mundo– anunciara el retiro de sus inversiones de una mina de potasio en Argentina, una cumbre entre las presidentas Cristina Kirchner y Dilma Rousseff permitió destrabar aspectos importantes del conflicto, como las indemnizaciones a los trabajadores, aunque no logró evitar que la compañía se retirara del proyecto.
Otro matiz del caso sudamericano reside en el hecho de que las economías más grandes, complejas y que generan mayor valor agregado no se privan de avanzar en actividades extractivas. ¿Extractivismo es entonces sinónimo directo de atraso? El propio Gudynas recuerda que Brasil se ha convertido en el mayor productor minero del continente: extrajo 410 millones de toneladas de sus principales minerales en 2011, mientras que todos los demás países sudamericanos produjeron poco más de 147 millones (3). En otras palabras, Brasil extrae casi el triple que la suma de todos los demás países de la región que cuentan con minería de relevancia. Así el país se primariza aunque, habría que agregar, en un contexto en el que no deja de ser la mayor locomotora industrial del continente.

Argentina

Cuando se analiza el caso argentino aparecen más matices. El cuestionamiento al extractivismo minero como consigna política nacional adquirió fuerza en el debate electoral no tanto en las provincias andinas, donde se han registrado conflictos sociales e incluso acciones represivas por parte de las policías locales, sino en Buenos Aires. Esta lejanía complica una articulación entre la política nacional y los movimientos de protesta locales –en un contexto donde los oficialismos provinciales obtienen importantes niveles de apoyo– ante las situaciones concretas de amenaza al medio ambiente.
Pero a la vez los sectores opuestos al extractivismo oscilan entre un cuestionamiento a la producción y exportación de commodities en general y la crítica puntual al modo de apropiación de la renta de esas actividades. De esta forma, por ejemplo, el diputado Pino Solanas apoyó la nacionalización de la petrolera YPF, aunque ahora la empresa se encamina a impulsar la explotación de hidrocarburos no convencionales, una actividad muy cuestionada por los ambientalistas. Si bien era conocida la estrategia de la mayor compañía energética nacional respecto de la explotación del yacimiento de Vaca Muerta, otro aliado de Solanas, el también diputado nacional por la Capital Claudio Lozano, acompañó con su voto la estatización de la empresa, pero durante una reciente visita a Neuquén definió al fracking, el método utilizado en los yacimientos no convencionales, como “una experiencia de destrucción ambiental”.
En ese marco, resulta notorio que los grandes cambios en la legislación para favorecer a los emprendimientos mineros privados se desarrollaran bajo una concepción extractivista clásica durante la década del 90, en un momento en que la participación del sector en la economía aún era muy marginal. Las regulaciones que se aplicaron luego de la crisis de 2001 no alteraron de manera contundente el funcionamiento del negocio, pero no es menos cierto que fue en esta época cuando el Estado comenzó a ganar presencia en estas actividades. En 2002 se aplicaron retenciones a las exportaciones –inicialmente del 5%, luego del 10%– a aquellos proyectos que se iniciaran desde aquel momento (4). En 2007, el gobierno impuso retenciones de entre el 5 y el 10 % a las explotaciones iniciadas con anterioridad a 2002, a partir de lo cual algunas compañías le iniciaron juicios al Estado. En 2010, en tanto, se aprobó la Ley de Glaciares, que en un primer momento fue vetada pero que luego fue sancionada nuevamente por el Congreso e impone límites a las compañías mineras. En marzo de 2013 científicos del CONICET presentaron los primeros informes correspondientes al Inventario Nacional de Glaciares estipulado por esa norma.
También el año pasado, luego de un conflicto social protagonizado por habitantes de la localidad riojana de Famatina que incluyó la represión por parte de la policía local, el gobierno nacional impulsó el Acuerdo Federal para el Desarrollo Minero, del que participaron los gobernadores de las provincias con recursos minerales. La iniciativa promueve una mayor participación de los estados provinciales en la renta generada por la actividad. Se hace explícita “la captación de fondos provenientes de la actividad minera, destinados a obras de infraestructura de desarrollo social que signifiquen un mejor reparto de la renta”. El documento habla también de “maximizar los recursos de las rentas de las operaciones productivas, en la búsqueda de la sostenibilidad social y económica y la sustentabilidad ambiental”.
En forma paralela, las tensiones que el gobierno argentino protagonizó con sectores productores y exportadores de commodities son innegables. Si así no fuera, ¿cómo habría que entender la batalla política que libró el kirchnerismo por aplicar retenciones móviles a las exportaciones en 2008? Además, en un contexto donde no se había revertido durante los últimos años la presencia de compañías extranjeras en sectores clave de la economía, la Casa Rosada impulsó en 2012 la nacionalización de la mayor empresa privada del país, la petrolera YPF. Para sumar más complejidades, es notorio que buena parte de la presencia en el debate público nacional de los planteos contra la minería metalífera a cielo abierto –ciertamente cuestionable en términos económicos y ambientales– proviene del impulso del grupo Clarín, duramente enfrentado con el gobierno por la aplicación de una norma que obliga a la desconcentración mediática. “Los entendemos, pero aquí hay un interés superior”, les dijeron directivos del grupo a lobbistas de las empresas mineras que cuestionaban la amplificación mediática de la resistencia social a la minería en La Rioja, apoyada por el gobierno provincial, alineado a su vez con el nacional.
Otra pregunta interesante es si el gobierno basa principalmente su pensamiento y concepción económicos en las actividades extractivas (a las que ciertamente no se ha opuesto). Llamaría la atención, si así fuera, que los principales referentes del empresariado sojero hablaran, como ocurre, de una “oportunidad histórica perdida”. Para esto hay que entender que ni la minería ni la producción agropecuaria fueron los sectores más dinámicos de la economía durante los últimos años. Entre 2003 y 2010 la construcción se expandió a una tasa anual acumulativa del 11,3%. A ella le siguió la industria, con un 7%. La producción agropecuaria se incrementó a una tasa del 3,9% (su expansión se había iniciado a mediados de la década del 90). A su vez, las producciones pesquera y minera, si bien crecieron en comparación con los 90, evidenciaron un menor dinamismo, con tasas inferiores a 1% anual acumulativo (5).
Visto desde otro punto de vista, las exportaciones argentinas –en un marco en el que la canasta de productos ofrecidos varió poco y donde las colocaciones externas relacionadas con el agro implican casi el 60%– pasaron de 29.938 millones de dólares en 2003 a 68.133 millones en 2010. Pese a este aumento, la contribución de las exportaciones al crecimiento de la demanda global registrada en ese período fue de apenas 9,6%. Como explica Martín Schorr, “el consumo doméstico, tanto público como privado, y la inversión, tuvieron un rol protagónico en términos de su contribución al crecimiento” (6). Este rasgo mercado-internista de la política económica ha sido criticado con dureza por sectores de la oposición –así como por empresarios vinculados a las actividades extractivas– que consideran que aísla a Argentina del mundo y a la vez recalienta la economía.

Desarrollo

Este panorama complejo y contradictorio no hace más que confirmar que los gobiernos progresistas de Sudamérica, para ganar autonomía y a la vez estabilidad política, económica y social, han buscado apartarse de algunos aspectos nocivos del anterior modelo neoliberal, aunque en un camino donde –como suele ocurrir en la política democrática– pueden rastrearse tanto rupturas como continuidades. Así, afirmar que cada experiencia nacional adopta la misma hoja de ruta para encarar la cuestión de la explotación de productos primarios suena no sólo inexacto sino también injusto. Y mucho más señalar que estamos ante una nueva vía neoliberal. Si así fuera, los gobiernos actuales no generarían el repudio que despiertan en algunos sectores del capital más concentrado. Las presiones y los reclamos sociales en cada uno de los territorios por el mantenimiento de la diversidad productiva, cultural y ambiental, las necesidades de acceso a fondos para financiar políticas que deriven en una reducción de las desigualdades y los complejos esquemas que los oficialismos actuales vayan encontrando para sostener sus mayorías electorales irán delineando los nuevos conflictos y acuerdos sobre el enfoque de desarrollo que se termine consolidando.
2. Eduardo Gudynas, “Estado compensador y nuevos extractivismos. Las ambivalencias del progresismo sudamericano”, Nueva Sociedad, Nº 237, Buenos Aires, enero-febrero de 2012.
3. Agencia Latinoamericana de Información (ALAI) http://www.alainet.org/active/63900&lang=es
4. Tolón Estarelles, “Situación actual de la minería en la Argentina”, Fundación Friedrich Ebert, AEDA, 2011.
5. Pablo Wasiberg, “La minería es parte de tu vida”, Revista Crisis, Buenos Aires,
6. Martín Schorr, “Argentina: ¿nuevo modelo o ‘viento de cola’? Una caracterización en clave comparativa”,Nueva Sociedad, Nº 237, enero-febrero de 2012.
* Politólogo. Coeditor del blog Artepolitica (www.artepolitica.com).

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

viernes, 21 de junio de 2013

La Sorpresa Brasileña

Monthly Review

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Tal vez ninguna guerra en la memoria reciente ha confundido tan a fondo a la izquierda euro-atlántica como la guerra de la OTAN contra Libia. Presagiando lo que ocurriría si los testaferros de EE.UU. realizaran un ataque contra Siria, tanto la izquierda pro guerra como la izquierda antiguerra comenzaron a llenar revistas electrónicas y periódicos con interminables explicaciones y retorcidas justificaciones de por qué una pequeña invasión, tal vez solo una “zona de exclusión aérea” estaría bien mientras no se convirtiera en una intervención mayor. Abrieron la puerta al imperialismo, en el entendimiento de que habría que vigilar con mucho cuidado para asegurarse de que no se permitiría más de lo necesario para realizar la misión. La ridiculez de esta postura quedó clara cuando la OTAN expandió de inmediato su mandato y bombardeó gran parte de Libia, haciéndola añicos con la ayuda de las milicias sobre el terreno aceptadas como revolucionarias por los que deberían haber sabido más sobre ellas. Y según Maximilian Forte podrían haberlo sabido si se hubieran interesado.
Forte es antropólogo y lo que nos ofrece en Slouching Towards Sirte [Arrastrándose hacia Sirte] es una etnografía de la cultura de EE.UU. y forma en que posibilitó y contribuyó a la destrucción de Libia. También es un estudio meticulosamente documentado en hipocresía: la de la elite de EE.UU., de las clases dominantes del Golfo que últimamente han unido su agenda directamente a la de EE.UU. y de los bombarderos liberales que emergieron en el crisol de las guerras “humanitarias” de los años noventa, sólo para reaparecer como animadores de la destrucción de otro país árabe en 2011. Finalmente, es un estudio de la descomposición de los principios contra la guerra de izquierdistas en EE.UU. y Europa, muchos de los cuales, durante tanto tiempo, sustentaron una obsesión sobre los rebeldes confusos cuya dirigencia al comienzo estiró la mano hacia imperio estadounidense, dispuestas a pagar cualquier precio –incluida la propia Libia– para eliminar a un líder bajo el cual ya no estaban dispuestos a vivir.
Forte comienza describiendo Sirte, el emblema del nuevo Estado que Gadafi –y casi literalmente Gadafi– había construido con el torrente de petrodólares desde 1973 que fluía a las arcas libias después de una serie de aumentos de precios en los que el agresivo nacionalismo de recursos de Gadafi había jugado un papel. Sirte era, en efecto, una segunda capital llena de edificios nuevos y prodigada de beneficios del dinero que fluía en la nueva Libia. Gadafi auspició numerosas convocatorias en esa ciudad, incluyendo cumbres de la Organización para la Unidad Africana, una nueva red panafricana en cuyo desarrollo jugó un papel importante. Sirte también fue el lugar elegido por Gadafi para citar al director ejecutivo de ConocoPhillips en 2008 para criticar la forma en que trataba los contratos petroleros de la compañía en Libia.
Forte convierte la suerte de Sirte en una parábola de la suerte de Libia cuando cayó bajo Gadafi y con él. Por cierto, Sirte fue uno de los sitios especialmente elegidos por las fuerzas rebeldes del Consejo Nacional de Transición para sus ataques: Forte cita un reporte de AP que señala que “Los residentes creen ahora que los combatientes de Misurata destruyeron intencionalmente Sirte, más allá del daño colateral de los combates”.

Forte se refiere a esa destrucción. Frante a demasiados informes sobre el ataque a Libia que exageran de lejos el acercamiento parcial entre Libia y EE.UU. en el interludio posterior a la Guerra Global contra el Terror, Forte ve retrospectivamente la actitud históricamente beligerante que EE.UU. había tenido hacia Libia, especialmente bajo Reagan: bombardeándola repetidamente y derribando cazas libios que defendían territorio libio en el Golfo de Sirte, tratando de lograr que miembros de la Organización para la Unidad Africana censuraran a Libia y luego imponiendo una serie de sanciones contra el gobierno libio. Aunque muchas de las sanciones se acabaron lenvantando, la estrecha alianza de EE.UU. con Arabia Saudí, patrocinadora de los muyahidines que intentaron asesinar a Gadafi en 1996 continuó, contribuyendo a una fricción permanente entre el gobierno de Libia y el de EE.UU.
La contribución de Forte en este sentido es complicar el significado de palabras como “rebelión” y “revolución” recitadas demasiado a menudo para invalidar el pensamiento independiente. Su método es considerar la revuelta que ocurría en partes de Libia y luego concentrarse en Sirte, el bastión de Gadafi, para ver si la revuelta también tenía lugar allí. Al contrario, Forte establece que el ataque de la OTAN/CNT (Consejo Nacional de Transición) contra Sirte continuó durante meses antes de que los rebeldes finalmente lograran apoderarse del control de la ciudad. Su ataque consistió de bombardeos indiscriminados utilizando armamento pesado, un hecho que Forte logra establecer utilizando informes en los medios dominantes sobre la guerra civil.
Además, Forte logra aplicar evidencia de que la OTAN cometió numerosos crímenes de guerra durante la “liberación” de Sirte, y la evidencia que utiliza es impecable: las declaraciones del comando de la OTAN y de varias organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, mostrando evidencia de masacres de combatientes pro Gadafi capturados e incluso de civiles. Aún más irrecusable es la cita de Georg Charpentier, el Residente y Coordinador Humanitario de las Naciones Unidas para Libia, quien pudo hablar en octubre de 2011 de la “liberación de Bani Walid y de Sirte en Octubre” y, en otra nota, de que “Hay que rehabilitar, reconstruir y reactivar la infraestructura pública, viviendas, instalaciones de educación y de salud. También hay que alentar intensos y concentrados esfuerzos de reconciliación”-
Éstas y docenas de citas semejantes demuestran que la OTAN sabía lo que estaba haciendo al intervenir a favor de un bando en una guerra civil, ya que la “reconciliación” solo es necesaria cuando hay dos lados, y al elevar a uno de ellos a angelicales revolucionarios se está creando la base para legitimar la destrucción generalizada del otro.
Otro punto importante del libro es el informe de Forte de los dobles raseros usados no solo por los Estados occidentales y las organizaciones de derechos humanos, sino también, tal vez especialmente, por Al Jazeera y sus informes exagerados, por no decir amañados, de atrocidades y particularmente su forma de incitar al odio racial a los libios negros.
Forte también demuestra claramente que Gadafi tenía lo que ahora se denomina desdeñosamente “base social” – como si el Estado moderno fuera simplemente un sindicato del crimen en lugar de estar estrechamente integrado en la reproducción social. El hecho de que algunas corrientes dominantes de la izquierda socialista euro-atlántica evitaran esos temas condujo a una situación en la que muchos ya no parecen capaces de distinguir entre disturbios, revueltas, y revoluciones.
¿Entonces cómo se ocupó la OTAN de la intervención? ¿Y cómo aprovechó las vulnerabilidades del régimen libio? Sobre estos temas Forte parece dar algunos traspiés. Escribe sobre las mejora obvias en el bienestar social, bajo un contrato social rentista populista, y vincula esas mejoras con el gobierno. Pero en este caso habría sido útil profundizar un poco en la literatura académica, libros cómo los de Ruth First o Dirk Vandewalle. Mientras los estándares de vida mejoraban y la riqueza del petróleo pasaba a manos del pueblo libio –por lo menos en parte– la deliberada “falta de Estado” del gobierno de Gadafi había creado una situación en la que el Estado estaba materialmente incrustado en la sociedad, pero los vínculos entre ambos eran de un carácter social más que cívico. La ausencia de ley y la enajenación prevalecieron bajo Gadafi durante sus últimos años, y los que vivían bajo su gobierno sentían cada vez más que no eran los dueños de su país. Creció un legítimo descontento.
Con el advenimiento de la Primavera Árabe, ese descontento encontró una salida: la revuelta. En este punto Forte se mueve en terreno más seguro. Haciendo caso omiso de narrativas de una “revuelta pacífica”, militarizada solo cómo una reacción renuente al salvajismo del Estado, establece que la revuelta se militarizó prácticamente desde el comienzo, con un ataque a un cuartel militar libio. Forte documenta que la derecha del régimen estaba claramente preparada para ejecutar un golpe de Estado contra Gadafi, con la ayuda abierta de Francia, EE.UU. y especialmente Qatar, que envió fuerzas especiales, aviones y cañoneras para asegurar su rápido derrocamiento.
Forte va más lejos que la mayoría de los analistas del golpe de Estado libio, pero al mismo tiempo no lo suficiente. Al Jazeera, la estación de televisión del Emir de Qatar y desde el principio bautizada como "voz de la Primavera Árabe", comenzó a informar de “masacres” cometidas por “mercenarios negros” en Libia, desde el 17 y 18 de febrero de 2011. Sus fuentes solían ser activistas anónimos de Bengasi y otros sitios, un guión que se ha vuelto a utilizar después en Siria, donde los artículos de Al Jazeera están tan literalmente plagados de “dicen los activistas” hasta el punto de que casi todo lo que dice el artículo es lo que dijeron los activistas. Gran parte de ese tipo de argucias han pasado desapercibidas a gran parte de la izquierda, y por ese motivo el informe de Forte está lleno de desdén por su credulidad ante la propaganda de la oposición.
Además Forte cumple una excelente tarea al discutir en conjunto las razones por las cuales Gadafi nunca fue del gusto de EE.UU.: su quisquillosidad respecto a las inversiones estadounidenses, su liderazgo en África, su apoyo al Congreso Nacional Africano y su resuelta hostilidad hacia el AFRICOM y las bases de EE.UU. en suelo africano. Se ha exagerado demasiado la importancia de la aproximación de Gadafi a EE.UU. después de 2004. Lo que se olvida es que EE.UU. mantiene su hostilidad hacia cualquier régimen de capitalismo de Estado que no esté plenamente integrado y sea servil con el sistema global estadounidense respecto al libre flujo de capitales y la política exterior. En ambos aspectos Gadafi no pasó la prueba. La Heritage Foundation, que informa de lo que importa a la gente importante, estableció que Irán, Libia y Siria han sido los países "más reprimidos económicamente” en la región, es decir los menos abiertos a la inversión estadounidense y que apoyan demasiado a menudo a los movimientos de resistencia palestinos, rechazando la normalización con Israel, ayudando al ala izquierda de Fatah y otras conductas recalcitrantes que los imperialistas estadounidenses nunca perdonaron.
Libia ofrece una oportunidad de revisar las teorías dominantes del imperialismo, el papel de los intereses capitalistas occidentales respecto a los Estados capitalistas, incluso los que implementan programas económicos neoliberales o debilitan sus sectores industriales o agrícolas internos. Lo que esas teorías no consideran es la resuelta hostilidad del Estado y de la clase dominante a cualquier liderazgo exterior que aparentemente realice un proyecto nacional.
Una debilidad del libro de Forte es que aunque es izquierdista no es marxista. De modo que se pierde una ocasión de pensar en las formas en las cuales las transformaciones sociales positivas realizadas bajo el gobierno de Gadafi también tuvieron el efecto de contribuir a la caída de Libia, porque al carecer de una revolución dentro de la Revolución Verde hubo un contragolpe de la derecha del régimen contra el golpe de Estado populista con el que Gadafi llegó al poder. La izquierda tiene que comprender los beneficios de los regímenes populistas y los límites que imponen. El objetivo es comprender qué tipos de movimientos de oposición pueden aparecer capaces de defender los beneficios de gobiernos previos –y también con profundas fallas– mientras simultáneamente avanzan con ellos hacia horizontes ulteriores. Pero estos son problemas teóricos y políticos que existían antes de la destrucción de Libia y que seguirán existiendo después. Forte ha hecho una importante contribución al conocimiento de este sórdido evento de la izquierda euro-atlántica, una contribución que debería figurar en la biblioteca de cualquiera que tenga interés y preocupación con respecto a la destrucción de Libia y que trate de comprender de modo más exhaustivo los próximos objetivos del imperio.

Max Ajl estudia sociología del desarrollo en Cornell, es coeditor de Jadaliyya y editor colaborador en Jacobin. Participa activamente en el trabajo de solidaridad con Palestina y está en Twitter @maxajl. Su libro se titula Slouching Towards Sirte (Montreal: Baraka Books, 2012), 341 páginas, 27.95 dólares, en rústica. 

Fuente: http://monthlyreview.org/2013/04/01/the-fall-of-libya

jueves, 20 de junio de 2013

El Barón Rampante

El Barón Rampante es un libro escrito por el autor italiano Italo Calvino en 1957 y es una de las novelas mas importantes de la literatura italiana del siglo XX.

Calvino dijo que : "Una persona se fija voluntariamente una díficil regla y la sigue hasta sus últimas consecuencias, ya que sin ella no sería él mismo ni para sí no para los otros". Para él ese es el verdadero tema narrativo de la obra

Título: El barón rampante (Il barone rampante)
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Autor: Italo Calvino

Editorial: Siruela



Colección: Biblioteca Calvino




Año: 1957


Año de edición: 1998




Ciudad: Siena


Número de páginas: 263

Sinopsis
Cuando tenia 12 años, Cosimo Piovasco, barón de Rondó, en un gesto de rebelión contra la tiranía familiar, se encaramo a una encina del jardín de la casa paterna. Ese mismo día, el 15 de junio de 1767, encontró a la hija de los marqueses de Ondarivia y le anuncio su propósito de no bajar nunca de los arboles. Desde entonces y hasta el final de su vida, Cosimo permanece fiel a una disciplina que el mismo se ha impuesto. La acción fantástica transcurre en el siglo XVII y en los albores del XIX. Cosimo participa tanto en la revolución francesa como en las invasiones napoleónicas, pero sin abandonar nunca esa distancia necesaria que le permite estar dentro y fuera de las cosas al mismo tiempo.
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